Mujeres excepcionales. Nuevo seminario CHISPA
¿MUJERES EXCEPCIONALES?
“El poder arrebatado a una gran mayoría de mujeres se ofrece a unas pocas para que parezca que cualquier mujer “verdaderamente cualificada” es capaz de acceder al liderazgo, el reconocimiento y la recompensa; es decir, que prevalece de hecho la justicia basada en el mérito. Se incita a la mujer cuota a que se perciba digno de ello y excepcionalmente dotada, diferente de la mayoría de las mujeres”.
Adrienne Rich, Sangre, pan y poesía, p. 27
En su precedente edición, el seminario de CHISPA estuvo dedicado al estudio de las relaciones entre los feminismos y el humor a raíz del incremento, al menos en España, del número de humoristas, fenómeno que también se observa en otros países europeos. El seminario investigó la manera como el humor siempre ha sido una herramienta de vindicación feminista, silenciada durante siglos y poco a poco rescatada y renovada por las feministas del área ibérico, latinoamericano y caribeño actual a través de la literatura y el espectáculo, pero también de la performance, el video, el pódcast, las redes sociales o la novela gráfica, como se ve en el dossier titulado “Feminismo(s) y humor: creando espacios de vindicación feminista con las hijas de Baubo” (https://ameriber.u-bordeaux-montaigne.fr/fr/revue-conceptos.html). Tras tres años de reflexiones y colaboraciones, no podemos dejar de constatar que el humor feminista sigue siendo una modalidad excepcional dentro del discurso dominante. Por lo tanto, dar el paso hacia la temática de la excepción enfocándonos en la cuestión de las mujeres excepcionales, no podía ser más fácil.
¿Quiénes son las mujeres consideradas como “excepcionales”?
En la edad clásica la excepcionalidad femenina se cifraba en términos de ejemplaridad moral según el criterio cristiano (pensar en las mujeres “fuertes” de la Biblia, marcadas por el sello del sacrificio y la oblatividad), y existían catálogos de mujeres ilustres y vidas de santas (hagiografías). Esos modelos de mujeres excepcionalmente virtuosas inundaron la literatura occidental hasta al menos el siglo XIX (pensar en la princesa de Clèves, cuya virtud consiste en dejarse morir antes que perder la honra). Pero la excepcionalidad femenina podía cifrarse también en lo contrario, es decir en una forma de depravación moral; de hecho, en la edad premoderna, el famoso catálogo De mulieribus claris de Boccaccio (1374) redactado en respuesta al De viris illustribus (1351) de Petrarca destacaba mujeres excepcionales por sus vicios, pecados o defectos, dignas de quedarse en la memoria por ofrecer contramodelos y confirmar la superioridad masculina. Más tarde, en la Edad Moderna, en su Respuesta a Sor Filotea (1691), Sor Juana Inés de la Cruz cuestionaba el argumento de la excepción femenina al mostrar que las mujeres excepcionales son mucho más corrientes de lo que se suele pensar. Hizo de su caso un ejemplo representativo del potencial de todas las mujeres rebatiendo la idea según la que la excepción entre les mujeres confirmaría la regla del carácter pobremente común de la mayoría de ellas.
En la Edad Contemporánea, marcada por la Ilustración, las mujeres permanecieron consideradas, a menudo, como excepcionales en tanto mujeres, remitiendo al sentido etimológico de la “excepción”, que es acción y efecto de excluir. La Revolución Francesa, por ejemplo, no permitió que fueran ciudadanas de pleno derecho sino sub-ciudadanas, relegadas a niveles subalternos como lxs criadxs o lxs esclavxs. Al mismo tiempo, empezó a desarrollarse en el mundo ilustrado un pensamiento feminista identificable y audible, que reivindicaba derechos a la igualdad para las mujeres. La excepcionalidad de las mujeres se cifraba entonces en su capacidad por emular a los hombres.
Es visible a lo largo del s. XIX, en el campo literario, entonces naciente, en que, si bien las normas y reglas del juego permitían seleccionar artistas «excepcionales» (los genios, los precursores, los vanguardistas), también hacían que las mujeres excepcionales resultasen una excepción, la excepción que además permitía justificar la exclusión de las demás mujeres demostrando que el canon no estaba cerrado a las mujeres (puesto que algunas sí que consiguen cumplir con los requisitos) y se acompañaba a menudo de un discurso que reducía además el alcance de la obra de esas pocas mujeres excepcionales (las letraheridas u otras “bas-bleu”). La idea de la autonomía de las mujeres en tanto sujeto, ciudadana, creadora, era insoportable[1]. En España, Emilia Pardo Bazán, escritora e intelectual de finales del XIX y principios de XX logró introducir la idea de que la brecha de géneros se erigía como un obstáculo al progreso de la nación española, invitando, así, a la incorporación, con pleno derecho, a la mujer al terreno literario, cultural, social y, en menor medida, político. Pero lo logró a duras penas y fue el blanco de muchos ataques que le reprochaban su “virilidad”, sería una “marimacho” u otros atributos de la monstruosidad; de hecho, su obra sufrió un ostracismo hasta después del franquismo. La entonces llamada “cuestión femenina” ocupó un lugar prevaleciente en el debate público en España y el resto de Europa, a raíz del desarrollo de los movimientos feministas que rebatían cada y una de las supuestas demostraciones, cualesquiera que fueran (teológicas, filosóficas, sociológicas o, la peor, por más eficaz, de todas, científicas), de la natural inferioridad de las mujeres. De aquello se hizo el reflejo la producción literaria de la época, especialmente narrativa, con protagonistas presas de un sistema que les es desfavorable a priori y no les permite expresar, cuando la tienen, una personalidad excepcional (pensar por ejemplo en las heroínas galdosianas o pardobazanianas).
El ostracismo hacia las artistas sigue vigente hasta la actualidad. Aquello explica que muchas autoras firmaron con nombres masculinos, hasta bien entrado el siglo XX: Carmen de Burgos (Gabriel Luna), Lucía Sánchez Saornil (Luciano de San-Sao) o María Luz Morales (Jorge Marineda) son solo algunos nombres de las que se rebautizaron para intentar calzar la horma de la sociedad y evitar la exclusión. Pensemos también en la escritora María de la O Lejárraga García que firmó casi todas sus obras con el nombre de su marido (Gregorio Martínez Sierra). Más globalmente, las autoras del siglo XX fueron invisibilizadas por el mero hecho de ser mujer, como las de la generación del 27 por ejemplo o las que publicaron durante el franquismo, en España. De hecho, la labor de reescritura de la historia de las letras españolas es una asignatura pendiente y la cuestión de la visibilidad y legitimidad de la autoría femenina ha dado o va a dar lugar a varios coloquios[2].
Es también visible en la historiografía colonial, patriarcal, racista, dominante de los siglos XIX y XX que recalcó la existencia de mujeres excepcionales o figuras femeninas heroicas casi míticas por motivos más que sospechosos ya que se excluía de esta manera, estratégicamente, a millones de mujeres anónimas a lo largo de los siglos. Sin embargo, desde finales del s. XX, ya no es posible, ni coherente, transponer el modelo heroico androcéntrico y eurocéntrico al continente latinoamericano. De hecho, existe hoy un fuerte movimiento que pretende sacar del olvido y rehabilitar individual o colectivamente a mujeres que por su protagonismo, su pensamiento, sus aptitudes, impactaron las sociedades y marcaron su tiempo. Es el caso de muchas mujeres indígenas que se rebelaron, solas o junto a sus maridos, y que en la mayoría de los casos fueron salvajemente ejecutadas por los españoles como Anacaona, princesa indígena de Santo Domingo, Kura Oqllo, en Perú (1536) o Guacolda quien, junto a Lautaro, lideró la rebelión mapuche en el sur de Chile y fue asesinada en 1557, o Micaela Bastidas, esposa de Túpac Amaru II considerada la precursora de la independencia americana, ejecutada en Cuzco en 1781, o Juana Azurduy una criolla que renunció a su vida privilegiada para luchar por la libertad en las guerras de independencia, o Celia Sánchez y Haidee Santamaría, para la revolución cubana.
Pasa lo mismo en el ámbito literario. Si la literatura anti esclavista tuvo un papel relevante en la deconstrucción de estereotipos misóginos, pensar en Cecilia Valdés o la loma del Ángel, de Cirilo Villaverde (1838), otras obras nunca fueron estudiadas, como Filigrana de Emilio Bacardí Moreau. Por primera vez, la protagonista, Encarnación, es una mujer negra, y libre. No es mulata, ni trigueña, es negra. La elección de una heroína negra no es baladí en el contexto de producción de la obra, los años 1915, justo después de la matanza de los "Independientes de color", un periodo trágico en el que linchamientos, ahorcamientos y otros asesinatos costaron la vida a miles de personas de color en Cuba. Amén de Emilio Bacardí Moreau, existen un conjunto de obras cuya riqueza documental supera el interés del argumento, como Petrona y Rosalía, de Félix Tanco Bosmeniel (1838), La Cuarterona, de Alejandro Tapia (1867), Sofía, de Martín Morúa Delgado (1891). El autor, hijo de padre español y madre negra, antigua esclava, eligió como protagonista epónima a una mujer blanca, esclavizada y tratada como mujer de color. El tema de la mujer blanca como esclava es completamente nuevo, y a priori es la única obra de la época que describa esta situación totalmente desconocida.
Esas cuantas observaciones permiten plantear la cuestión del régimen de la “excepción” y la “excepcionalidad”: ¿excepción y excepcionalidad con respecto a qué? La excepción y la excepcionalidad son configuradas desde una norma androcéntrica y eurocéntrica, desde relaciones de poder que mantienen a las mujeres en un estado de inferioridad, de subalternidad. La excepcionalidad desvela mecanismos de exclusión muy perversos, no solo entre las mujeres y el resto de la humanidad (los hombres), sino también entre las poquísimas que destacan y aquellas consideradas la norma, como señala, entre otras, Adrienne Rich en la cita que encabeza este texto.
La excepcionalidad se vuelve una trampa: encierra a las mujeres en estereotipos de género, de clase o de raza basados en una ejemplaridad o una contra-ejemplaridad moral; o en una emancipación ambigua ya que basada en la imitación de modelos masculinos. ¿Cuál es/fue el margen de maniobra de esas mujeres equiparadas con hombres excepcionales? ¿Cuáles son/fueron las estrategias que adoptan/adoptaron con respecto a su género? ¿Pueden/pudieron mantener una forma de esquizofrenia o son/fueron víctimas del “síndrome de la abeja reina”, perpetuando por su acción los estereotipos?
Una mujer excepcional es una mujer que rompe el marco de la excepción androcéntrica y eurocéntrica, empezando por su lenguaje, por lo tanto, se tendría que abandonar la expresión de “mujer excepcional” como recomienda Christine Planté (1988), y usar una escritura rompedora tal como invita a hacerlo Cixous (2001), al poner en evidencia la posibilidad de transformación y ampliación de la realidad, creando nuevos espacios lingüísticos que superen el orden simbólico patriarcal dominante. Asimismo, habría que salir de las falsas dialécticas hombre/mujer, blancxs/negrxs. ¿No decía Flora Tristán que aspiraba a devenir en un ser excepcional? ¿Y esta nueva excepcionalidad estaría basada en qué, en qué tipo de manifestaciones? ¿Cualidades humanas? ¿Acciones?
También, ¿por qué no dejar de pensar la excepcionalidad desde la individualidad y lo extraordinario, como ya hacía Sor Juana Inés de la Cruz? Bien podría pensarse la excepcionalidad desde lo colectivo, la sororidad y desde lo común. La historia de afro-américa, recientemente rehabilitada, muestra por ejemplo cómo los archivos de las plantaciones, actas notariales, etc. son otros tantos documentos que evidencian el protagonismo no tan excepcional de muchas mujeres de color, libres o no, en las sociedades coloniales. Las parteras, niñeras y profesoras negras, entre otras, contribuyeron con creces a construir la historia de América latina y el Caribe. De la misma manera, autoras como Sara Mesa, Cristina Morales, Elvira Navarro o también Marta Sanz[3] describen las vidas de sus personajes femeninos para mostrar a sus lectores lo excepcional que pueden ser las mujeres en su cotidianeidad.
Otra pregunta sería la de los vínculos entre excepción y modelo; si bien la excepcionalidad se entiende en términos de ruptura de los marcos patriarcales, clasistas y racistas, es necesario reinventar la noción misma de modelo. ¿Qué tipo de modelos femeninos quiere promover el feminismo, cómo, por qué o para qué? ¿Qué sentimientos se espera que susciten esos nuevos modelos de mujeres excepcionales y qué sentimientos esperan suscitar las nuevas mujeres excepcionales? ¿Admiración, envidia o inspiración? ¿Por qué no hablar de mujeres inspiradoras más que excepcionales?
Por fin, se plantea la cuestión de la genealogía: ¿cómo recuperar la memoria de las precursoras, pioneras, vanguardistas, rompedoras de moldes, mujeres humanamente excepcionales? Y ¿para qué? Ya la labor de recuperación ha empezado.
En definitiva, plantearse la cuestión de las mujeres excepcionales es deconstruir los discursos dominantes y construir, juntas, contradiscursos de la excepción y la excepcionalidad desde una perspectiva feminista y decolonial.
[1] Aina Pérez Fontdevila y Meri Torras Francés en su introducción a Los papeles del autor. Marcos teóricos sobre la autoría literaria muestran cómo la elaboración histórica del concepto de autor se revela incompatible con las definiciones de la feminidad, en particular porque la metáfora del parto artístico divide en dos esferas la humanidad: aquellas que pueden dar a luz a los hijos, y aquellos que pueden dar a luz a obras artísticas o frutos de la inteligencia: “Pero la misma noción de reproducción evidencia también otra razón fundamental de aquella incompatibilidad. Porque si, como hemos mostrado, el lugar común de la ideología autorial es la fobia a lo común, uno de los lugares comunes de la ideología patriarcal es precisamente aquel que identifica a las mujeres como lugar común, ya sea como propiedad o bien de intercambio entre comunidades masculinas — cuya herencia y cuyo nombre transmite—, ya como una de las encarnaciones de lo común, es decir, de la repetitividad, la homogeneidad o la banalidad contra las que se construye la excepción artística. Arraigada en el cuerpo o identificada con el espacio de la domus —que es un espacio impropio y compartido, soberaneado por el patriarca y vinculado a funciones corporales y repetitivas (crianza, higiene, nutrición, descanso, sexualidad, reproducción, etc.)—, la mujer no puede postularse autónoma respecto a un lugar o a una tópica ni reivindicar, así, esa ausencia o alejamiento de lo común que autorizan al creador en régimen de singularidad y le otorgan aquella función especular respecto a una humanidad —hipostasiada en masculino— que se concibe a sí misma como excepcional y soberana”.
[2] La universidad de Alcalá de Henares organiza en diciembre del 2023 un coloquio internacional titulado “¿Cómo ser escritora? Posturas y políticas autoriales desde la interseccionalidad” durante el cual vario.a.s investigadore.a.s rescatarán y hablarán de voces excepcionales que intentaron, en su tiempo, o intentan hacerse oír y entender. La universidad du Mans organiza en febrero del año 2024 otro coloquio internacional intitulado “Traducción y rehabilitación de voces olvidadas Francia-España/ España-Francia (siglos XX-XXI) donde otros especialistas salvarán del olvido a varias voces invisibilizadas gracias a la traducción de obras olvidadas y/o excluidas del canon literario del momento y la universidad de Salamanca organiza también en febrero un coloquio internacional sobre “Voces en el olvido: identidades femeninas y construcción psicosocial de lo femenino en la narrativa de la segunda guerra mundial.
[3] En la narrativa de Sara Mesa, pensamos en Cicatriz (2015) o también Un amor (2020). En cuanto a Cristina Morales, se puede leer Lectura fácil (2018), Elvira Navarro, La trabajadora (2014) o Las voces de Adriana (2023). En cuanto a Marta Sanz, la mayoría de sus novelas hablan de mujeres que en muchos casos, pueden ser consideradas como excepcionales.